miércoles, 29 de abril de 2009
Violencia de mujer
Uno de los mayores engaños de la "teoría" del género es que afirma que la violencia sólo puede ejercerse desde el hombre hacia la mujer, y eso lo considera dogma de fe. El credo del género dice que hay un solo agresor verdadero, que es el hombre.
Por mucho que nos lo intenten hacer creer, quien más quien menos todos hemos padecido la violencia de mujer. Tal vez no nos peguen, ni nos maten a cuchilladas, ni nos arrojen por las ventanas, pero ejercen sobre nosotros una dominación que nadie quiere ver o que todos se empeñan en no ver. La violencia contra el hombre es, sobre todo, simbólica, en el sentido que plantean las feministas de género.
Creo firmemente que cuando ellas nos hablan de violencia de género y se centran en la que no es estrictamente violencia física, lo que hacen es proyectar la forma en que ejercen su dominación sobre nosotros. Controlan nuestro dinero, nuestras relaciones, nuestras aficiones, el modo cómo pasamos el tiempo, introducen en nuestras vidas una dominación sibilina de la que en un principio no somos conscientes y de la que no podemos defendernos cuando cobramos esa conciencia, y lo hacen consiguiendo aterrorizarnos en lo más íntimo de nuestro ser.
Violencia de mujer... pues claro que existe. Se produce donde nadie puede verlo, en el hogar, su reducto de seguridad. Allí ellas se creen las dueñas y señoras, ejercen su dominación sobre el varón que no dispone de recursos para defenderse porque no se le reconoce legitimidad para hacerlo: Él es el patriarca, el machista, el que carga con todo el peso de la familia a su mujer, quien malcría a sus hijos, quien se deja dominar por su madre y sus hermanas, quien no la hace caso, quien no pasa tiempo con ella. Todo esto son dogmas de fe que, por esa condición, no pueden discutirse de ninguna forma.
La realidad es, en muchos casos, bien distinta. El patriarca es, en realidad, el perro de presa que tiene que defender a su mujer de las agresiones exteriores, sus puñetazos en la mesa se producen sólo de cara a la galería y cuando traspasa el umbral de la puerta de su casa es un calzonazos atemorizado al que sólo mueve el deseo de conseguir que su mujer deje de atormentarle, de producirle un temor que no es capaz de reconocer. Su machismo queda reducido a la nada, a un reparto de las tareas del hogar tan injusto que reconoce sólo la aportación de ella y ningunea la de él, y su papel a la hora de tomar decisiones relevantes es nulo porque no se le permite hacerlo y no porque cargue con la responsabilidad a su mujer. Tampoco malcría a sus hijos, sino que tiene unas pautas educativas diferentes, que tampoco se le autorizan porque sólo hay una forma correcta de hacerlo: la de su mujer. Más que estar dominado por su madre y hermanas, lo que quiere es estar con ellas y no se le permite porque se las rechaza, y no pasa tiempo con su mujer porque ella sólo se dirige a él para imponerle compras, acciones, exigencias, y la convivencia con ella es un suplicio.
Las mujeres (algunas, muchas, todas, eso lo dejo a criterio del lector) son violentas, dañinas para nosotros. Tanto que, a veces, hasta acostarse con ellas es un suplicio porque con ciertas mujeres uno no hace el amor, sólo le joden, le exigen un sexo que sólo result gratificante para ellas, como tantas otras cosas en la vida.
Y es que todo es Por ellas, para ellas... y de ellos"
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario