... AHORA SÓLO QUEDAN LOS INSTINTOS
sin una respuesta sin ningún sentido
tan solo dices que siga mi camino
sabes que pudimos ser diferentes
que escondes tu vida entre dos frentes
sabes que todo pudo ser distinto
que ahora solo quedan los instintos
(Cromosomas Salvajes. Aviador Dro, 1985)
Supongo que desde tu visión inocente de la vida todavía creerás aquello de que los seres humanos somos libres, que nuestro comportamiento está regido por nuestra razón y que los instintos y los programas de la especie son cosa de especies animales. Nosotros somos los reyes de la creación y, como tales, tomamos nuestras propias decisiones de acuerdo a criterios estrictamente racionales. Sabemos distinguir el bien del mal, y somos muy capaces de dirigir nuestras vidas sin la ayuda de nadie. Ciertamente hay personas enfermas, retrasadas o incompetentes, pero tú no crees que lo seas. De hecho, los enfermos, retrasados o incompetentes afortunadamente son los menos.
¿Y cómo eres capaz de creerte esto si no crees que los Reyes Magos vienen de Oriente? ¿Ni los niños de París? ¿Ni en un diablo con rabo y tridente que va a recoger tu alma cuando mueras? Pues sencillo: Nadie necesita que creas que en los Reyes Magos, ni en la cigüeña ni en el diablo negro y rojo rodeado de llamas. No hay intereses económicos de por medio. En cambio, si te crees un ser racional es fácil convencerte con argumentos aparentemente veraces y mediante el empleo de técnicas de persuasión. Tu propia racionalidad te hace vulnerable al engaño, a mentiras meditadas y orquestadas para dar poder a quien menos esperas.
Los seres humanos somos capaces de construir autovías, catedrales, coches y hasta naves espaciales. Eso es una muestra de nuestra preclara inteligencia, de que somos el ser más evolucionado de los que habitan la Tierra porque hemos sido los únicos capaces de conquistarla. Eso muestra que nuestra capacidad racional está fuera de toda duda. O, al menos, eso quieres creer. Pero también las cigüeñas recorren largas distancias por el aire sin necesidad de GPS, construyen sus nidos en lo más alto de nuestras torres y no necesitan de ninguna energía exterior para propulsarse por el aire. No tienen un lenguaje articulado, pero tampoco les hace falta. Así que quizás tampoco seamos tan superiores a las cigüeñas, ¿no?
Siempre me ha resultado sugerente la idea de que nos movemos por instintos en lugar de por la razón. Creo firmemente que ésta, más que para orientar nuestro comportamiento, nos sirve para justificarlo: Actuamos en base a los instintos y creamos una explicación con la razón. Así que lo que nos hace superiores a las cigüeñas no es nuestra habilidad para colonizar el medio, sino la capacidad para explicar lo que hacemos.
Así que remontémonos al momento de la creación del ser humano. No, mejor, remontémonos un poco antes. Analicemos los seres que dan lugar al ser humano, y dejemos de buscar qué fue antes, si el huevo o la gallina. Vayamos a los lugares donde se fabrican los huevos: Ovarios y testículos. O, mejor, testículos y ovarios. Allí nos encontramos con los espermatozoides y los óvulos esperando para cumplir su misión. Ellos son el germen de nosotros, futuros seres humanos racionalizadores. Ellos tienen la clave para entender qué nos ocurre cuando vamos creciendo.