Castilla y León, además de ser (creo) la Comunidad Autónoma de mayor tamaño de Europa, disfruta de grandes privilegios: Una variedad paisajística sin igual a la que sólo le falta el mar, unos indicadores de salud envidiables, una vida tranquila, la coexistencia de grandes urbes como Valladolid con pueblecitos de poco más de diez habitantes, unas autovías por las que todavía se puede transitar sin demasiada dificultad y un clima tan recio como el carácter de sus gentes. Pero lo mejor de Castilla y León no es ninguna de estas cosas. Lo mejor es el presidente de la Comunidad Autónoma, Juan Vicente Herrera, un tipo de preclara inteligencia.
Juan Vicente Herrera ha sido el impulsor de un gran pacto político y social contra la violencia de género, y lo ha sido en estos días en una cumbre autonómica que se ha celebrado en Valladolid. Es, además, el presidente del partido político que "animó" al alcalde de Villalón a que dimitiese por haber ejercido de forma poco apropiada su derecho a la libertad de expresión. Un tipo comprometido, Juan Vicente Herrera.
Bueno, pues el caso es que ese gran pacto contra la violencia de género, más que suscrito por representantes libremente elegidos por nuestros representantes, parece escrito por cualquiera de los colectivos feministas de género, que tanto abundan por ahí. He estado buscando por internet a ver si encuentro las 22 recomendaciones propuestas, pero todavía no vienen en Google, a ver si uno de estos días las encuentro y las pongo.
¿Que por qué tengo tanta manía a estos planteamientos? Pues porque al parecer hay dos tipos de violencia: La violencia contra las mujeres, que es una lacra social, contra la que se necesita una acción enérgica de todos los poderes públicos, que es inadmisible y contra la cual no cabe otro recurso que la tolerancia cero, y la otra. ¿Cuál es la otra? No sé, nadie habla de ella...
No estoy en desacuerdo con que se considere lacra social a la violencia. Con lo que estoy en desacuerdo es con que no se considere igual CUALQUIER violencia. Que las mujeres muertas a manos de sus parejas tengan mejor consideración que quienes mueren en otras circunstancias. Estoy en desacuerdo con que se consideren violencia psicológica sólo las acciones negativas que ejercen los hombres en la esfera psíquica contra las mujeres y no al revés. Y me siento triste porque sé que hay muchos hombres que no se atreven a decir que no a sus mujeres por temor a sus represalias, a sus gritos, a sus histerias, que hay muchos hombres que se sienten extraños en su propia casa, que no pueden estar con sus hijos porque son sospechosos de todo sin haber hecho de nada, que se jubilan y son tratados como estorbos por las que deberían ser sus compañeras, hombres que se refugian en los bares escapando de los gritos, del victimismo, de los lugares comunes, hombres a los que se les anula su derecho a ser representantes de un pueblo que los eligió en las urnas, hombres que son tratados sin miramientos como cajeros automáticos, hombres que mueren de cáncer de próstata sin que la sanidad pública orqueste campañas de detección precoz como hace con el de cuello de útero o de mama, hombres que sufren sin que nadie se preocupe de ellos, en definitiva. Sí, quizás mueran menos asesinados por sus parejas, pero quizás también tengamos que preguntarnos por qué mueren y de qué mueren.
Juan Vicente Herrera está demasiado preocupado aprendiendo el credo feminista como para ocuparse de estas cosas. ¿Por qué será? Pues porque todo es "Por ellas, para ellas... y de ellos"
miércoles, 21 de enero de 2009
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