jueves, 30 de enero de 2025

Cambios

Hace muchos años, mientras escribía “Todo por ellas” en cualquiera de sus variantes, tenía la costumbre de publicar entradas en el blog. Era la época en que a los internautas les gustaba juntar letras, todavía quedábamos algunos de la época en que se leía en papel, y no teníamos la necesidad de escuchar y ver movimientos mientras la información nos entraba por los ojos. Ha pasado mucho tiempo desde aquello, ahora sólo pongo enlaces a las noticias que se van produciendo y que nos hablan de aquello que antes llamaban “discriminación positiva”, la persistencia del principio de “por ellas, para ellas y de ellos” que tan en boga estuvo en la época de Zapatero y que afortunadamente va perdiendo fuerza. Hoy, catorce años más tarde de la publicación de la última versión de “Todo por ellas”, muchas cosas han cambiado, y los hombres tenemos más derechos de los que teníamos antaño aunque nos quede un largo camino por recorrer.

Acabar con ese dinosaurio arrollador del feminismo radical es una tarea imposible. La lucha para que las mujeres tengan más derechos que los hombres viene desde el principio de los tiempos, desde aquel patriarcado que dicen que alguna vez existió, y perdura aún en la actualidad, época en la que se considera que la vida de los hombres es menos valiosa y por eso se permite a mujeres y niños salir de Ucrania mientras ellos tienen que guerrear por su país, y seguimos entendiendo la igualdad desde la profunda perspectiva machista que implica favorecer las oportunidades en las áreas en las que los hombres son superiores pero no en las que ellas lo son, supongo que en el entendido de que en realidad los hombres siempre son superiores, lo que en sí es el razonamiento más machista que he conocido nunca y que paradójicamente es el que sustenta la ideología de este feminismo supremacista, como bien dicen algunos.

El cambio hacia una igualdad más igual para todos es imparable. Hemos conseguido la custodia compartida, el término feminazi ya está arraigado en el vocabulario popular y lo emplean hombres y mujeres, muchas de nuestras compañeras nos apoyan en nuestras reivindicaciones a favor de la presunción de inocencia y también los meses de noviembre cuando nos dejamos el bigote para visualizarnos como grupo aunque ésto todavía sea un hecho más simbólico que otra cosa porque todavía, y mira que han pasado años, somos muy poquitos, y hasta se está tambaleando el concepto pueril de romanticismo que durante tantos años se nos ha impuesto desde tantos y tantos medios, incluso la censura está aflojando y las ideas como las que tradicionalmente he expresado por este medio ya casi gozan de una cierta libertad de expresión.

Hace muchos años, Esther Vilar en su libro “El varón domado” intentó que viésemos cómo a los hombres se nos consideraba ciudadanos de segunda que tenían que trabajar para las mujeres, cómo se nos consideraba ciudadanos de segunda o de tercera, y cómo hasta las instituciones tenían medios para llevarlos por el camino “correcto” si nos desmadrábamos de ello. Esther Vilar estaría segura de lo poco que hemos conseguido, y más lo estamos nosotros porque lo que ellas consideran su liberación en realidad es la nuestra. Ellas no nos necesitan y nosotros a ellas tampoco, y la única salida viable es la igualdad real, caminar juntos en la misma dirección en vez de adorarlas y protegerlas. Ladran, pero caminamos.

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