domingo, 14 de junio de 2009
Violencia ganancial
En la mayor parte del territorio de España cuando uno contrae matrimonio lo hace en régimen de gananciales. Esto, más o menos, significa que a partir de ese momento las posesiones de cada uno dejan de ser propias de él o ella, para serlo de la nueva unidad familiar. La sociedad de gananciales es una rémora del concepto de matrimonio judaico-cristiano-católico, esa concepción en la que cada uno era la media naranja del otro y en la que cuando se contraían nupcias se hacía para toda la vida y sin ningún tipo de limitación.
Los tiempos han cambiado. Ahora nadie se casa para toda la vida, y cuando se contrae matrimonio suele hacerse en régimen de separación de bienes. Ahora los dos miembros de la pareja suelen tener sus trabajos, sus ingresos, sus propiedades y también sus aventurillas extramatrimoniales, aventurillas que tarde o temprano acaban con la relación "oficial". Incluso aunque no fuera así, el amor no es eterno y el de pareja menos, las relaciones suelen terminarse por sí mismas en un tiempo más breve del que les gustaría a aquellos que defienden la pareja basada en el amor romántico por los siglos de los siglos.
El amor se rompe, llega un momento en la vida en que ya no nos apetece estar más con aquella persona a la que decidimos unirnos hace años, bien sea porque hay otra que nos gusta más, porque nos hemos hartado de su presencia, de sus continuos rechazos a nuestra familia de origen, de su mal humor, de sus ronquidos o del olor de sus pedos. ¿Y qué ocurre en este momento? Pues que hay que disolver la sociedad, que a estas alturas suele incluir hijos, casa, coche, dinero y otro buen número de propiedades comunes.
Disolver una sociedad en régimen de separación de bienes es relativamente fácil, cada uno se queda con lo suyo y ya está. Los hijos no son repartibles, pero en el tema de las custodias poco a poco se va tendiendo a que no haya un progenitor en régimen de visitas yque estén con ambos en una proporción de tiempo similar, lo que se ha dado en llamar guarda o custodia compartida. Así que si uno se casa en régimen de separación de bienes y después del divorcio acuerda una custodia compartida para los hijos, la ruptura es relativamente poco traumática.
Ahora bien, ¿qué ocurre en aquellas parejas, aparentemente arcaicas pero todavía muy frecuentes, en las que sólo trabaja uno de los dos miembros (típicamente el hombre) y el matrimonio está en régimen de gananciales? ¿O cuando uno de los dos miembros fallece y el otro se lleva las tierras del pueblo y las propiedades de la familia de origen de aquél?
La sociedad de gananciales es manifiestamente injusta en una sociedad como la del siglo XXI en la que se rinde culto a la propiedad privada, al hedonismo, a la felicidad, a la vida eterna en el mundo terrenal y a tantos otros valores mundanos. Desde nuestra mentalidad hipermoderna, lo de cada uno es de cada uno y nada es de todos, porque las relaciones de pareja ya no son efímeras ni breves y es justo que nadie tenga que mantener ni aportar nada a quien nada es en su existencia.
Nadie puede estar obligado a permanecer y convivir con quien no quiere estar. La frase no es mía, sino de nuestro ilustrísimo y feminista presidente, don José Luis Rodríguez Zapatero. Esta declaración de principios contrasta fuertemente con el mantenimiento de un régimen matrimonial judeo-cristiano-católico, en el que se entiende que la pareja ha de estar junta para toda la vida, y que el cese de la convivencia no supone el cese de las obligaciones económicas del aprovisionador con el aprovisionado.
Mantener la sociedad de gananciales es una forma de fomentar el repudio en las parejas, algo arcaico y relacionado con el patriarcalismo más casposo. La obligatoriedad de uno de los miembros de la pareja de seguir manteniendo económicamente al otro tras la ruptura, las pensiones encubiertas para el ex-cónyuge en forma de pensiones alimenticias que superan con mucho la cuantía de lo que realmente necesitan los hijos, la concepción de que el progenitor no custodio es quien ha de pagar de forma casi íntegra todos los gastos de los hijos, o el privarle de lo que antaño debió ser su hogar, son patrones de comportamiento socialmente aceptados y que permiten que la parte "económicamente más débil" pueda repudiar en el momento en que quiera y por el motivo que le dé la gana a la parte "económicamente más fuerte".
Veámoslo desde otro ángulo. Pensemos que a nadie se obliga a no trabajar fuera de casa, por mucho que nos quieran convencer de lo contrario. Llevemos a cabo una separación de bienes de oficio, y acabemos con la sociedad de gananciales. Que cada palo aguante su vela, y que nadie se quede con la herencia de su cónyuge, con las tierras del pueblo de su cónyuge, ni con su sueldo, su casa o la parte proporcional del tiempo de convivencia con sus hijos sólo porque decidió no trabajar fuera de casa, no cotizar a la Seguridad Social ni al paro. Cenicienta y Pretty Woman son cuentos, y en ningún modo deben orientar nuestra existencia.
La sociedad española del siglo XXI continúa permitiendo las mismas cacicadas que en los siglos anteriores, sólo han cambiado los protagonistas y, en algunas ocasiones, el sexo de éstos. ¿Para qué dar voz a quienes critican abiertamente los abusos de la Iglesia en el pasado, si ellos están cometiendo idénticas o mayores tropelías? Ya está bien. Nuestros poderes públicos no nos defienden, sobrevaloran los derechos de la mitad de la población para infravalorar los de la otra mitad, miles de hombres son miserablemente expoliados cada año por motivos "legales" y nadie dice nada, o al menos nadie hace nada que pueda defenderles. ¿Por qué? Pues porque todo es Por ellas, para ellas... y de ellos
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1 comentario:
Si señor. Toda la verdad. Pero creo que no hace falta estar casado por gananciales para que te expolien, basta con tener un hijo, y que la otra se lleve la custodia.
Si dices algo, pues te meten denuncia por violencia de género, y ya está. Custodia automática para ella. Basta con decir que la amenazaste por el móvil. Ahora es un delito según sentencia del TC.
Bienvenido a la dictadura del estrogenocentrismo. El feminazismo ha llegado.
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