Puede que sea una casualidad, pero últimamente en mi entorno se están rompiendo un buen número de parejas, y no hablo de aquellas en las que uno de los dos decide convivir con el otro porque no le queda más remedio, que haberlas haylas. Hablo de hombres de cuarenta y tantos o treinta y muchos años, que tras un buen número de años de convivencia deciden liarse la manta a la cabeza y romper con la que hasta entonces era su compañera sentimental, dando al traste con una familia estructurada, sorprendiendo a propios y extraños porque jamás se habría podido esperar tal cosa de gentes tan bien avenidas, y dejando perpleja a la que hasta entonces fue su compañera.
Me pregunto por qué hacen eso, y también se lo he preguntado a algunos de ellos. Conocer la versión del interesado, y en este caso también de la afectada, suele ser más práctico que andar haciendo cábalas sobre lo que sucedió. Ellas me hablan de que él se había ido distanciando, que no le daban importancia, que ha sido una rabieta del momento, que ha sido influenciado por su malvada madre o hermanas, o que seguramente se ha buscado un rollete por ahí afuera. Ellos no.
¿Qué cuentan los hombres que se divorcian de sus mujeres? Sus respuestas son sencillas y escuetas: Están hartos y confusos. En ningún caso lo atribuyen a una rabieta pasajera y, aunque pudiera haber otras personas en sus vidas, no las ven como desencadenantes sino como consecuencia del deterioro de su relación, como si se hubieran buscado una nueva pareja al haber obtenido el divorcio emocional pero no el legal.
¿De qué están hartos? De ser dominados por sus mujeres, de que ellas sean quienes deciden qué tienen que hacer, cuándo tienen que hacerlo, cómo tienen que hacerlo, del rechazo de ellas hacia sus madres y hermanas mientras ellos tienen que reír forzosamente las gracias de sus suegros , suegras, cuñadas y cuñados y estar siempre disponibles para lo que decidan, del gasto excesivo especialmente si el dinero no lo ganan ellas, de que más que en su casa viven en un lugar extraño hecho a imagen y semejanza del gusto de sus mujeres, de una vida social vacía, de patrones de relación en los que se les saca punta a todo si a ellas no les conviene. Están hartos de ellas, de su lado oscuro.
¿Hombres dominados por sus mujeres? Alguien dirá que son los cuatro calzonazos que existen en todas partes, pero no es verdad. Los que yo conozco son tipos íntegros, cuyo principal pecado fue tratarlas a ellas como iguales, intentar compartir en la riqueza, la pobreza, la salud y la enfermedad con ellas. Estos tipos, tras un buen número de años de convivencia, fueron descubriendo que no se habían casado con el hada buena sino con la bruja mala y ahora intentan reconducir sus vidas. Ni son maltratadores, ni alcohólicos, ni drogadictos, ni calzonazos, sólo tipos normales que se equivocaron al elegir pareja.
¿Y por qué se han dado cuenta? Después de años de convivencia uno va viendo demasiadas cosas como para obviarlas todas o como para atribuir siempre intenciones benéficas a acciones que le producen daño. Además, hay cosas que pocos hombres perdonaríamos. Decía Shere Hite que lo más importante para el varón es sentirse aceptado, y el rechazo a tu familia de origen, sea por el motivo que sea, es también una muestra de rechazo a uno mismo, como también lo es el gastarse alegremente el dinero que a uno tanto le ha costado conseguir, o el que se intente educar a los hijos por medios emocionalmente salvajes. Se han dado cuenta porque todo era demasiado evidente y porque hasta la comprensión tiene un límite.
Están confusos porque no saben hacia dónde quieren ir, porque quisieron crear un hogar con aquella mujer de la que ahora se separan. Ya no son unos niños y sus intereses y aficiones han cambiado desde entonces. Aunque de forma más o menos transitoria vuelvan a antiguos rituales de apareamiento saliendo por las noches de copas, quedando para cenar con mujeres o buscando sexo en ellas, ahora lo importante es tener alguien con quien compartir la vida privada. Como decía Alejandro Sanz, "a la primera persona...", tan difícil de encontrar.
Aquella relación, la idea de familia, les daba seguridad. Funcionaba como el antídoto al miedo a la soledad, a ese vacío de la vida privada que todos y cada uno de los seres humanos arrastramos y que cada uno intentamos tapar a nuestra manera. Ahora no hay un camino, no hay ni casa, ni hijos, ni retribuciones económicas porque una buena parte de todo se lo lleva ella tras el divorcio. Quedan ellos mismos, con sus manos y sus capacidades para salir adelante en una vida que tienen que empezar a escribir desde cero y sin apoyos porque nadie parece comprenderles, y porque las nuevas parejas que creyeron crear son aún más efímeras y dañinas que la antigua.
Mis amigos se divorcian, y en mi intimidad estoy seguro de que envidio su arrojo por hacerlo.
domingo, 18 de julio de 2010
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